Mucho ruido y pocas nueces by William Shakespeare

Mucho ruido y pocas nueces by William Shakespeare

autor:William Shakespeare [Shakespeare, William]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Teatro, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1598-01-01T05:00:00+00:00


Entran BORACHIO y CONRADO.

BORACHIO.— ¡Qué hay! ¡Conrado!

GUARDIA PRIMERO.— (Aparte.) ¡Silencio! ¡No os mováis!

BORACHIO.— ¡Conrado, digo!

CONRADO.— Aquí estoy, hombre, pegado a tu codo.

BORACHIO.— Por la misa, y que sentí comezón en él. Pensé que iba a salirme un compañero sarnoso.

CONRADO.— Ya te contestaré de manera adecuada a eso; y ahora, prosigue con tu relato.

BORACHIO.— Apártate aprisa bajo este cobertizo, que empieza a lloviznar, y, como un verdadero borracho, te lo contaré todo.

GUARDIA PRIMERO.— (Aparte.) Alguna traición, maeses. No os mováis aún.

BORACHIO.— Has de saber, pues, que he obtenido mil ducados de don Juan.

CONRADO.— ¿Es posible que infamia alguna se venda tan cara?

BORACHIO.— Mejor harías en preguntar si es posible que infame alguno sea tan rico; pero cuando los infames ricos tienen necesidad de los infames pobres, los pobres pueden reclamar el precio que quieran.

CONRADO.— Me asombro de ello.

BORACHIO.— Eso muestra que no estás iniciado. Ya sabes que la moda de una ropilla, de un sombrero o de una capa nada hacen al hombre.

CONRADO.— Sí, componen su traje.

BORACHIO.— Me refiero a la moda.

CONRADO.— En efecto, la moda es la moda.

BORACHIO.— ¡Quita allá! Eso es tanto como decir que un necio es un necio. Pero ¿no ves la moda, qué pícaro deforme es?

GUARDIA PRIMERO.— (Aparte.) Conozco a ese Deforme, un pícaro ladrón que merodea por ahí hace siete años, y va vestido de caballero. Recuerdo su nombre.

BORACHIO.— ¿No has oído a alguien?

CONRADO.— No, era la veleta de esa casa.

BORACHIO.— ¿No ves, te decía, qué pícaro deforme es esa moda? ¡Qué vertiginosamente trastorna a cuantos tienen la sangre caliente desde los catorce a los treinta y cinco años! A veces los disfraza a manera de soldados de Faraón en un lienzo ahumado; otras veces los viste como sacerdotes del dios Baal en las vidrieras de los antiguos templos; a menudo los atavía a semejanza del Hércules cercenado de las tapicerías apolilladas y mugrientas, donde su miembro aparece tan gordo como su maza.

CONRADO.— Veo todo eso, y veo también que la moda gasta más ropa que el hombre. Pero tú mismo, ¿no tienes la cabeza trastornada por la moda, pues te apartas del relato que ibas a contarme, para divagar con ella?

BORACHIO.— No, de ningún modo. Sabe, pues, que esta noche he cortejado a Margarita, la doncella de la señora Hero, llamándola Hero. Asomada a la ventana del aposento de su señorita, me ha dado mil veces las buenas noches... Pero te cuento con torpeza la historia... He debido comenzar diciéndote cómo el príncipe, Claudio y mi amo, apostados, colocados y advertidos por mi amo don Juan, presenciaron desde lejos en el jardín esta cita amorosa.

CONRADO.— ¿Y creyeron que Margarita era Hero?

BORACHIO.— Dos de ellos lo creyeron; pero el diablo de mi amo sabía que era Margarita; y en parte por los juramentos con que los había ya embaucado, en parte por la oscuridad de la noche, que los ofuscó; pero sobre todo por mi villanía, que confirmó cierta calumnia inventada por don Juan, lo cierto es que Claudio salió de allí enfurecido; juró que



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